EL MOVIMIENTO FEMINISTA Y DE MUJERES
EN EL CHILE DE LOS AÑOS 80
Resistencia a la Dictadura en Chile: la emergencia de los movimientos sociales
En Chile, la segunda ola del movimiento feminista y de mujeres se desarrolló en el contexto traumático de los 17 años de dictadura cívico-militar dirigida por Augusto Pinochet. Su surgimiento debe entenderse en el marco de la emergencia de diversos movimientos sociales, que proliferaron ante la crisis de los partidos políticos, debido a su ilegalización y al terrorismo de Estado. A pesar de la tendencia a la desarticulación social producto de la represión y las nuevas políticas neoliberales, Manuel Bastías destaca que “el vacío que dejaron los partidos fue llenado por la sociedad civil mediante el crecimiento de una infraestructura organizacional de alcance nacional” (25). Tempranamente se formó tanto el movimiento sindical como el de derechos humanos, ambos estrechamente vinculados con una incipiente lucha organizada de las mujeres, que ya en los años 80 se instaló como un movimiento de masas. Pronto dicho movimiento se articuló con diversos actores sociales, protagonizando la resistencia a esos años feroces. Sin embargo, tanto en la memoria social como en la historiografía y en diversas investigaciones sobre el periodo, el movimiento feminista y de mujeres ha sido largamente invisibilizado y subvalorado, situación que esperamos contribuir a revertir con este proyecto.
Como veremos, el movimiento feminista y de mujeres presenta una cronología similar a otros movimientos sociales de resistencia, pues se vincula directamente con los cambios en las políticas del régimen, pero además posee características, contradicciones y transformaciones propias. Lejos de haber tenido un único núcleo inicial, el movimiento emerge desde distintos frentes: desde las organizaciones populares de subsistencia, las organizaciones de familiares de víctimas de la represión, y también desde sectores que se organizaron en torno a las opresiones y luchas específicas que vivían las mujeres. Con el tiempo, estos distintos polos de organización social y política de las mujeres fueron dialogando, generando articulaciones, pero también tensiones propias de las complejidades que atravesaron a este movimiento heterogéneo.
El movimiento feminista y de mujeres a nivel internacional
Además de su relación con el escenario dictatorial, el movimiento de mujeres de los años 80 en Chile debe entenderse también en el contexto del auge del feminismo mundial durante la llamada segunda ola. En Latinoamérica, el feminismo tomó especial fuerza a partir de mediados de los 70 y comienzos de los 80, con organizaciones de mujeres muy activas en Argentina, Perú, Brasil, Uruguay y México. En el Cono Sur, la lucha de las mujeres tuvo el común denominador la defensa de los derechos humanos y la resistencia contra el terrorismo de Estado desatado por sangrientas dictaduras. Un hito fundamental a nivel continental fue el inicio de la serie de Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe (EFLAC), que comenzó en Bogotá (Colombia) en 1981 y continuó cada dos años a lo largo de la década en Lima (Perú), Bertioga (Brasil) y Taxco (México). Allí las mujeres compartieron sus experiencias de resistencia a los diferentes regímenes autoritarios de la región, formaron vínculos personales y redes políticas, y potenciaron así el feminismo de la época. La violencia contra las mujeres fue uno de los ejes principales de esta nueva ola desde el primer EFLAC, en el que se instauró el 25 de noviembre como Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, en homenaje a las hermanas Mirabal de República Dominicana.
A nivel institucional, los derechos de las mujeres cobraron una mucho mayor legitimidad y fuerza pública global con la declaración de la ONU del Decenio de la Mujer entre 1975 y 1985, inaugurado con la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Ciudad de México. Junto con la conferencia oficial, alrededor de 6000 mujeres participaron en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer, una suerte de “conferencia paralela” en la que participaron ONG y movimientos de base de mujeres (Grammático 2011). Otro hito institucional muy importante fue la aprobación del Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) en 1979. Este fortalecimiento institucional de los derechos de las mujeres liberó mayores recursos para organizaciones y proyectos feministas de mujeres y contribuyó a legitimar el tema en las esferas de poder, lo que produjo un escenario un poco más favorable para los movimientos de diversos territorios.
Las mujeres se organizan para subsistir y enfrentar la represión
Durante la Dictadura en Chile, las mujeres no solo vivieron las duras consecuencias transversales del proceso contrarrevolucionario, sino que también experimentaron una profundización de su opresión específica, cuyo día a día estaba atravesado por lo que hoy identificamos como un entramado de desigualdades y violencias de género. Algunas de ellas experimentaron en carne propia la brutal represión política, agravada por la invisibilizada violencia política-sexual. Otras sufrieron la represión más dura de manera indirecta, pues dado que hasta 1973 la mayoría de los altos cargos gubernamentales y de las dirigencias de los partidos políticos de izquierda estaban compuestos por hombres, fueron sus familiares quienes vivieron la prisión política, la tortura, la relegación, el exilio, la muerte y la desaparición. En su calidad de madres, esposas e hijas, salieron casi inmediatamente después del golpe a buscar a sus familiares y a enfrentar la tiranía. Así surgieron las primeras agrupaciones de familiares de asesinados o detenidos desaparecidos, que luego se fueron articulando en un amplio movimiento por los derechos humanos.
Además de todo el sufrimiento que esto implicaba, las mujeres tuvieron que sostener a sus familias en una situación de precariedad radical. En el plano laboral y económico, fueron especialmente afectadas por la cesantía y las nuevas formas de trabajo precario que se instalaron, a la vez que vieron debilitados e incluso perdieron importantes derechos adquiridos, como el fuero maternal y el aborto. En un primer momento, surgieron una serie de iniciativas populares, lideradas por mujeres, que buscaron hacer frente colectivamente a las necesidades de subsistencia. En sus propios territorios y con la ayuda de un sector de las iglesias, comenzaron por levantar comedores populares y bolsas de cesantes. Más tarde, los comedores dieron paso a las ollas comunes y las bolsas de cesantes devinieron en talleres productivos “como respuesta más participativa y organizada de los pobladores frente al hambre, y como reacción a la labor marcadamente asistencial de la Iglesia en sus primeros años de acción solidaria” (Palestro 7-8).
Por último, pero no menos importante, en el plano cultural e ideológico la Dictadura se encargó de reforzar el modelo de familia patriarcal, en base a roles tradicionales de género que relegaban a la mujer al ámbito doméstico, los cuales se difundieron especialmente a través de los centros de madres que eran parte de CEMA Chile, bajo la dirección de Lucía Hiriart de Pinochet. Como señala Julieta Kirkwood, “En dicho modelo se establece claramente cuáles son los límites del mundo de la mujer y del mundo del hombre, a través de una serie de mecanismos de refuerzo que pasan por la legislación, la educación formal e informal y la difusión de una ideología oficialista-inmovilista” (37). Las nacientes organizaciones de mujeres debieron hacer frente a esta hegemonía cultural, cuestionando la idea naturalizada de que la mujer debía realizar las labores domésticas, instalando la necesidad de un reconocimiento económico por ese trabajo, relevando su activismo político en la historia, entre otros mecanismos de lucha contra el reforzado modelo patriarcal.
Se multiplican y diversifican las organizaciones de mujeres y feministas
Sandra Palestro identifica una segunda etapa del movimiento, marcada por la multiplicación de organizaciones de mujeres en ámbitos diversos, y por el inicio de un cuestionamiento sobre su problemática específica, en algunos casos desde una perspectiva abiertamente feminista. Julieta Kirkwood señala que uno de los primeros debates que se dio de manera transversal fue el de transformar la condición de las mujeres en un problema social y no individual, y que este fuera considerado un problema legítimo, que debía ser discutido públicamente. Ahora bien, debates como este se dieron con diversidad de acentos, pues el movimiento de mujeres de los años 80 en Chile se desarrolló de manera muy heterogénea. Como bien señala Teresa Valdés, “En su diversidad hay núcleos, polos de mayor organicidad, como el ‘movimiento feminista’ o un liderazgo político o de articulación socio-política” (25). Es a partir de este periodo que se van perfilando más claramente diversas tendencias al interior del movimiento feminista y de mujeres. En ese sentido, es fundamental considerar que dichas tendencias no pueden entenderse si no es atendiendo a las diferencias de clase que marcaron la experiencia de las mujeres.
Especialmente en los sectores populares, la experiencia de la violencia, la organización para enfrentarla y para subsistir, así como los nuevos roles que las mujeres comenzaron a asumir en la vida pública, condujeron inevitablemente a una transformación del modo de concebir la política desde la experiencia misma de ser mujer pobladora. Así, las organizaciones de base vivieron un proceso paulatino de politización y de desarrollo de conciencia de la especificidad de la explotación y opresión que vivían las mujeres, haciendo énfasis en los problemas que aquejaban a las mujeres de los sectores más precarizados. En este proceso se forman organizaciones como Las Domitilas y el Movimiento de Mujeres Pobladoras (MOMUPO), que formaron extensas redes con múltiples organizaciones territoriales de mujeres.
Un hito importante para el movimiento fue la creación en 1976 de Coordinadora Nacional Sindical (CNS) y de su Departamento Femenino, cuyo objetivo era organizar a las mujeres trabajadoras y alentarlas a participar del movimiento sindical. En los años posteriores se formaron múltiples organizaciones de mujeres vinculadas a partidos y movimientos políticos de izquierda, como el Comité de Defensa de los Derechos de la Mujer (CODEM), cercano al MIR; Mujeres de Chile (MUDECHI), cercano al Partido Comunista; la Unión Chilena de Mujeres (UChM) y la Federación de Mujeres Socialistas, ambas cercanas al Partido Socialista. Dichas organizaciones, junto a muchas otras de carácter sindical y social, participaron de los tres Encuentros Nacionales de Mujeres, convocados por el Departamento Femenino de la CNS, que se realizaron en 1978, 1979 y 1980.
Es importante aclarar que este sector del movimiento reunía a mujeres en resistencia a la Dictadura, pero no necesariamente desde una posición feminista. A menudo los partidos de izquierda consideraban el feminismo como un producto imperialista y pequeñoburgués, que atentaba contra la unidad de la izquierda y la centralidad de la lucha de clases. En el contexto dictatorial esto se hacía más fuerte aún, pues sacar al dictador y recuperar la democracia parecía ser la única meta política legítima, énfasis que compartieron algunas organizaciones de mujeres.
No obstante, a fines de los años 70 y comienzos de los 80, las perspectivas feministas comienzan a perfilarse tanto en espacios sociales como académicos y políticos. Aunque por diversos motivos no se autoidentificaron como feministas de manera explícita, algunas organizaciones populares ya tenían discusiones y proyectos que abordaban la especificidad de la opresión de las mujeres y consideraban sus diversas dimensiones. Este fue el caso, por ejemplo, de Las Domitilas, organización de mujeres pobladoras de la zona sur de Santiago, que se formó en 1983 “para realizar un trabajo conjunto tomando como base la realidad de la mujer hoy en día». Esta realidad de las mujeres les llevó a tomar una postura de orientación feminista: «debido a la discriminación que hemos sufrido por siglos de parte de la sociedad siempre construida por hombres (y que nos relega a papeles secundarios), hemos decidido organizarnos como mujeres, porque no es posible una sociedad verdaderamente democrática, sin la participación activa y al mismo nivel de la mujer” (Nº 5, 1986). Además, esta organización impulsó diferentes jornadas y encuentros en los que instaló tempranamente los debates en torno a temáticas como la legislación sobre la mujer, la precarización de la mujer pobladora y los derechos sexuales y reproductivos.
Por otra parte, desde espacios académicos surgió en 1979 el Círculo de Estudios de la Mujer, bajo la protección institucional de la Academia de Humanismo Cristiano. El Círculo fue una organización fundamental en el desarrollo de una perspectiva feminista dentro del movimiento de mujeres, en parte gracias a la presencia de Julieta Kirkwood, destacada intelectual y militante feminista socialista. En este grupo fue también muy relevante la integración de mujeres que venían llegando del exilio, y que traían consigo la vivencia del fuerte movimiento feminista que se desarrollaba en Europa y Estados Unidos. En el segundo Encuentro Nacional de Mujeres, realizado en 1979, el Círculo presentó un documento en que plantearon la necesidad de “determinar el verdadero lugar que le cabe a la mujer en la sociedad, que no puede limitarse a considerar a la mujer en un rol secundario, sino que entiende que el gran desafío que significa hoy la creación de un consenso democrático, capaz de rechazar efectivamente el régimen autoritario que se nos ha impuesto, requiere que las mujeres formulen la problemática que a ellas les afecta específicamente como mujeres” (cit. en Palestro 20). Este debate no estuvo exento de tensiones con otros sectores del movimiento de mujeres que, como mencionamos anteriormente, consideraban que el momento político requería priorizar la lucha contra la Dictadura.
Años más tarde, en 1983, la Academia de Humanismo Cristiano le retiró el apoyo al Círculo de Estudios de la Mujer, pues en él se comenzaron a abordar asuntos como el aborto y la masturbación femenina, que atentaban contra la moral cristiana (Palestro 36). Con la configuración de este nuevo escenario, el Círculo se separó en dos organizaciones. Por un lado, se formó el Centro de Estudios de la Mujer (CEM), que se dedicaba a la producción de conocimientos sobre la condición de la mujer chilena. Por otro, se creó la Casa de la Mujer La Morada, concebida como un espacio abierto para la acción política y el encuentro físico y simbólico de las mujeres, en el que desarrollaron un sinfín de talleres, charlas, debates y encuentros. A partir de este grupo, nace ese mismo año el autodenominado Movimiento Feminista, cuya primera aparición pública se realizó en las afueras de la Biblioteca Nacional. Así, y haciendo eco de que “lo personal es político”, dentro del movimiento de mujeres emerge un grupo que se reconoce públicamente como feminista y que exige “Democracia en el país y en la casa”.
Movimiento feminista en la Biblioteca Nacional, 1983. Fotografía de Kena Lorenzini.
Movimiento de Mujeres por el Socialismo. Fotografía de Lucía Salinas, resguardada en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
Tira de fotos: Ataque incendiario en la Casa de la Mujer La Morada. Fotografías de Lucía Salinas, resguardadas en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
Se levantan las coordinadoras: MEMCH 83’ y Mujeres por la Vida.
La tercera etapa de desarrollo del movimiento feminista y de mujeres, de 1982 a 1986, fue la más álgida tanto para las luchas populares contra la Dictadura como para las de este movimiento en particular. El periodo estuvo marcado por la profunda crisis económica que azotó de manera brutal al pueblo, y por las inéditas jornadas de protestas, con las que se inauguró un nuevo momento en la vida política nacional de confrontación abierta contra la Dictadura.
Fue en ese contexto donde se crearon las coordinadoras de organizaciones de mujeres: un hito importante que fue perfilando al movimiento como un actor social relevante a nivel nacional (Palestro 32-34). En 1983 se creó el MEMCH 83’, tomando su nombre del Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (1935-1953). Olga Poblete y Elena Caffarena, dos líderes del movimiento histórico, fueron parte de la creación de esta coordinadora que agrupó a diversas organizaciones de mujeres de izquierda. En un principio participaron alrededor de 26 organizaciones, pero con el tiempo y debido a las diferencias en torno al énfasis que debía tener la lucha contra la Dictadura o la lucha contra la opresión a la mujer, el grupo se fue reduciendo y muchas organizaciones salieron de esta agrupación.
Otra coordinadora importante fue Mujeres por la vida, única organización que logró articular de manera transversal a todo el rango político de la oposición, desde el Movimiento de Izquierda Revolucionaria hasta la Democracia Cristiana. Fue Mujeres por la Vida la organización que convocó, el 29 diciembre de 1983, a un evento histórico que llevó el nombre de “Hoy y no mañana”. Esa tarde, alrededor de 10.000 mujeres de todas las orientaciones políticas se reunieron en el Estadio Caupolicán de la calle San Diego en Santiago y gritaron juntas “que se vaya Pinochet”. El acto contó con la participación de la agrupación artística CADA, que intervino la escenografía con la ya conocida consigna NO + (Gaviola, Largo y Palestro 153).
Desde sus organizaciones territoriales hasta en sus articulaciones más amplias, el movimiento feminista y de mujeres participó activamente en las diversas jornadas de protesta que estallaron en el país a partir de mayo de 1983. Tras un tiempo álgido de protestas sociales que no se habían logrado traducir en una oposición política lo suficientemente fuerte para derrocar la Dictadura, se conformó en 1986 la Asamblea de la Civilidad, que también contó con la participación organizada de las mujeres. En base a una serie de trabajos de sistematización de demandas del movimiento, Mujeres por la Vida elaboró el «Pliego de las mujeres», documento que aunaba el trabajo desarrollado por otras organizaciones en diferentes instancias previas. María Antonieta Saa, en representación de las mujeres en la Asamblea, presentó el documento para que fuese incorporado en la «Demanda de Chile» (Palestro 50). Tras no recibir respuesta de parte del régimen, la Asamblea convocó a un paro nacional para el 2 y 3 de julio, que terminó siendo una de las protestas más fuertes y masivas del país, con una fuerte presencia del movimiento de mujeres.
Los años finales: el movimiento feminista y de mujeres ante la política de la transición
Hacia el término de la Dictadura, se configuró un periodo complejo en que las fuertes protestas desplegadas por los movimientos sociales no lograron el efecto esperado y el régimen “recuperó la iniciativa y produjo una apertura política bajo sus condiciones” (Palestro 55). Dentro del movimiento de oposición ganó terreno la estrategia de una salida pactada de la Dictadura, vía plebiscito, lo que implicó una desmovilización importante del pueblo y las organizaciones.
Como otros movimientos sociales, el movimiento feminista y de mujeres empezó un proceso de desarticulación que con el correr de los años devino en caminos diversos. Una parte se enfocó en la elaboración de demandas de las mujeres para la democracia, retomando la participación en partidos políticos de cara a la nueva institucionalidad proyectada e instalándose en diversas ONG, corporaciones, centros de investigación y fundaciones. Otro sector reafirmó la necesidad de mantener un feminismo autónomo de los partidos políticos e instituciones, reivindicando la importancia de crear espacios propios de lucha contra el modelo neoliberal y patriarcal que se desplegó y profundizó durante la década de los 90. En términos generales, para el movimiento feminista y de mujeres fue muy difícil enfrentar el escenario abierto por la política de la transición pactada con la misma unidad y potencia que habían alcanzado en los años anteriores, lo que abrió un largo periodo de reconfiguraciones del feminismo en Chile. A pesar de estas tensiones, el último 8 de marzo en Dictadura fue conmemorado de manera multitudinaria en un evento que reunió a más de 25.000 mujeres en el Estadio Santa Laura con la consiga SOMOS +.
Conmemoración del Día Internacional de la mujer en el Estadio Santa Laura, 8 de marzo de 1989. Fotografías de Kena Lorenzini.
Cómo citar este texto:
Schroder, Daniela, Valentina Salinas y Luz María Narbona. «El movimiento feminista y de mujeres en el Chile de los 80». Boletinas feministas. http://boletinasfeminsitas.org